lunes, 8 de junio de 2009

Una crítica a la práctica funcional de la sociología contemporánea POR ALEJANDRO OSORIO RAULD

Una crítica a la práctica funcional de la sociología contemporánea

La pertinencia de una interrogante sobre el rol del sociólogo en nuestra sociedad se inscribe en una crisis disciplinaria, tras el declive de las epistemologías normativas, en una debacle de paradigmas y de certezas que, de una u otra manera, también se expresan en la fragmentación del tejido social en sus distintas “esferas” o “niveles” de reproducción. Ello comprende una serie de transformaciones culturales, sociales y políticas que afectan directa e indirectamente el ethos clásico de la sociología, a saber, el rol del sociólogo y su objeto de estudio, en el marco de aquello que el discurso de la modernización ha denominado como sociedades complejas y diferenciadas.
Es preciso consignar que la crisis del imaginario crítico de la sociología y sus prácticas de intervención metodológicas y de análisis textual (método, medición, evaluación y teorización) responden fundamentalmente a mutaciones socio-culturales que no sólo radican en la pérdida del objeto del discurso sociológico, sino también de la pérdida del sentido social que, bajo diversas perspectivas, informó los imaginarios del cambio social en América Latina e igualmente en nuestro país[1].
Nuestra argumentación en esta ocasión, hace mención a los complejos procesos de racionalización de la vida moderna y cómo esto último se traduce en una especie de “jaula de hierro” que escinde el análisis critico del instrumental de medición y que ha terminado por desvirtuar el oficio sociológico resignificando la práctica sociológica hacia una funcionalidad utilitaria despojada de horizonte crítico-normativo, sin un carácter propiamente humanista o emancipador. De otro lado, adelantamos aquí una crítica a la racionalidad científica comprometida con los nuevos “paradigmas” cognitivos, a saber, como el quehacer sociológico ha devenido –especialmente en las últimas dos décadas- en una tecnología de medición y control social que se expresa como un poder legítimo sobre la esfera social, sin mayores interrogaciones críticas o resguardos epistemológicos respecto a su funcionalidad en el campo instrumental de las ciencias sociales. Ello nos obliga a esbozar una reflexión que intenta restituir el ethos sociológico para reivindicar –críticamente- la condición política del “enunciado sociológico” como forma de impugnar la profesionalización tecnocrática de la tradición sociológica.
Frente a la pregunta, cuál es el rol del sociólogo en la sociedad chilena (más allá de tipologías consagradas en la figura del académico, el consultor y el especialista) es conveniente reflexionar sobre la funcionalidad del profesional y cientista social en el capitalismo neoliberal. En otras palabras, nos preguntamos ¿Es la sociología una ciencia social[2] cuyas lógicas de conocimiento operan funcionalmente al servicio de la dominación? De otro modo, ¿en qué medida la funcionalización del discurso sociológico se establece como una clave explicativa y angular respecto de la connivencia entre saber y dominación?
Para responder preliminarmente a estas interrogantes –que arrojan más preguntas que respuestas- interesa desarrollar una lectura teórica sobre la labor científica en nuestro país. Para ello se hace imprescindible comprender el contexto socio-cultural en el que nos encontramos inmersos, ya que los procesos de modernización individualista constituyen un fenómeno de carácter estructural que ha generado un debilitamiento de la histórica relación entre el sujeto clásico anclado a estructuras de representación que van desde el partido político hasta la expansión la burocracia estatal. Tras ello se impone un mercado simbólico como regulador de las relaciones sociales y la reconfiguración del diseño estatal como garante legítimo de esta situación a través de una multiplicidad de políticas públicas de carácter focal (sectorialización)[3].
A partir de lo último tiene lugar la articulación de nuevas singularidades locales que explican la nueva base de constitución del actor social. Ello se vincula al paso que va de formas orgánicas o colectivistas de representación a procesos de individuación donde el mercado también coacciona la mediatización del discurso socio-teórico, concibiendo los nuevos sujetos bajo dinámicas fragmentadoras y no –como hasta hace algunas décadas- en las formas colectivas de la acción social. Ello ha contribuido en la configuración de un escenario nihilista, de micro-relatos, que prescinde de los grandes proyectos de emancipación, a saber, de aquellos relatos que generaban un lazo social donde la política era el campo de representación y solución de los conflictos sociales, ahora, en cambio, ha devenido un discurso cuya fragmentación es el resultado de un proceso donde las subjetividades se encuentran internamente desarticuladas. En palabras de Álvaro Cuadra[4], “… sin megarrelatos de legitimación, la cultura contemporánea hace suya la lógica mercantil renunciando a dos grandes competencias del saber narrativo: Una visión del mundo holística y al significado psíquico y emocional arraigado en el sujeto”[5].
Actualmente las ciencias sociales no han podido salir “ilesas” de estas transformaciones culturales y normativas que han afectado al mundo contemporáneo, por lo tanto, asistimos a un escenario donde gravita un tono post-moderno en la discusión, cual es un estallido del campo sociológico en un nivel intelectual, institucional y profesional[6]. Antes bien, lo social hoy se ha complejizado[7] en una diversidad de redes que, como señalamos anteriormente, modifican las bases de constitución y representación del sujeto moderno. Todo ello se traduce en una fuerte irrupción de ciencias que tratan de explicar la multiplicidad de los conflictos del sistema social, como es el caso de la biología, la lingüística, la cibernética, entre otras, las que han intentado exitosamente posicionarse dentro las disciplinas de lo social, referidas al sujeto y también las estructuras económico-sociales. Con ello se ha deslegitimado a las ciencias sociales de toda comprensión global del mundo moderno. Esto ha fragmentado el conocimiento científico mediante un conjunto de “sociologías particularistas”, ello es posible toda vez que el orden social se ha erosionado en una multiplicidad de identidades y relatos localistas que estimulan la constitución de campos profesionales autónomos, “compartimentalizados”, orientados a un nivel de especialización institucional, desagregado de todo discurso político-profesional comprometido con el imaginario emancipador de las ciencias sociales. Esta es, fundamentalmente, la situación de la sociología en Chile. Nuestra tradición ha perdido legitimidad y credibilidad pública para poder intervenir científicamente en algunas estructuras de la sociedad, como es el caso de la misma comunicación, el urbanismo, la ecología, etcétera[8].
La sociología como ciencia social crítica desarrollada principalmente entre la década de los años 60’ y 70’, en sus dos grandes corrientes teóricas, a saber, el funcionalismo y el marxismo, han devenido en “espectador” pasivo de las grandes transformaciones sociales que ha experimentado nuestro país en las últimas tres décadas. Ello se explica, entre otras cosas, por el ajuste estructural implementado bajo la Dictadura (1973-1989), perdiendo su carácter crítico e intelectual, para transformarse en técnica instrumental sobre distintos fenómenos de la cuestión social (exclusión, marginalidad, desempleo, desigualdad social, etc.) Sin embargo, cuando el saber queda subordinado a una operacionalización empírica que carece de sustrato crítico-discursivo, la sociología se constituye en una tecnología social que contribuye a fortalecer los hábitos de consumo y modernización de la sociedad civil.
Ahora bien, las transformaciones en curso han devenido en una multiplicidad de “objetos” y “perspectivas locales” que no sólo han dejado a la sociología al margen de constituirse como una ciencia crítica de la realidad social, sino que al mismo tiempo, ha perdido su carácter político sobre las formas de construcción del orden social y cómo desarrollar un marco de interpretación para lograr sus fines de comprensión y acción, características perfectamente compatibles con el imaginario nacional-desarrollista que vivió nuestro país hasta el año 1973’[9]. A partir de lo anterior nos preguntarnos lo siguiente: ¿de qué forma ha afectado al campo sociológico las transformaciones socio-culturales hasta aquí descritas? La respuesta podría hipotéticamente estar asociada a una tecnificación del oficio, es decir, a la expansión y desarrollo de una serie de herramientas de carácter técnico-instrumental, que no responden a una comprensión dinámica del orden social y menos aún a la constitución de actores cuyos proyectos globales “impugnen” las actuales formas de dominación. Por el contrario, se han instituido criterios técnicos que sólo confirman la carencia de sustrato político-ideológico de nuestra tradición sociológica.
Al respecto, pretendemos hacer un primer acercamiento teórico que busca interrogar el tipo de racionalidad que se ha cosificado como matriz analítica actualmente, con el fin de comprender porque esta cristalización del conocimiento –en el marco de una nueva economía cultural- es la base socio-cultural que informa el discurso de la modernización. Max Weber fue claro al respecto, pues el híper desarrollo de la racionalidad instrumental es el sustrato de todo proceso técnico- burocrático de conocimiento y especialización que muchas veces pueden ser comprendidos bajo la difícil asimilación de marcos interpretativos que pretenden instalar el apogeo socio-cultural de la modernidad ilustrada del continente europeo. La metodización de la experiencia que Weber interpretó, se constituye como la herramienta del progreso social y que sólo se habría desarrollado de forma peculiar en Occidente[10]. Sin embargo, aquí la idea principal es que sólo es posible un desarrollo capitalista bajo la base de la cientificidad de las relaciones sociales, políticas y culturales, es decir, la confianza en la razón ilustrada como encarnación del espíritu del capitalismo. Para nuestros fines comprensivos, es elemental entender que la racionalización representa un modelo normativo de desarrollo técnico-instrumental característico de las sociedades industriales. Ello se representa modernamente en la ciencia de una forma visible, como proceso metódico de acumulación de conocimientos que la modernidad ha tomado y que le han permitido operar bajo estos criterios. Entonces, comprenderemos a la racionalidad como aquel proceso de matematización progresiva de toda la experiencia y de todo el conocimiento, que a partir de sus espectaculares éxitos en las ciencias naturales, se orientan a la conquista de las ciencias sociales y por último a la del propio modo de vida, es decir, a una cuantificación universal. La insistencia en la necesidad de la experiencia y de las pruebas racionales tanto en la organización de la ciencia como de la vida y la constitución y consolidación de una organización universal y especializada de funcionarios, que tiende hacia un “control de toda nuestra existencia al cual sería absolutamente imposible sustraerse”[11]. En este sentido, la racionalidad sería la disciplina sistemática que se sobrepondría al “irracional deseo de ganar” y estaría orientada a la rentabilidad, que a su vez podría transformarse en un cálculo sistemático y metódico; el balance. Para Max Weber esta funcionalización universal que toma la forma de valor de cambio se convierte en la condición de eficacia calculable. El concepto de razón que Weber instala está asociado a un control que se traduce en una razón que ahora contiene un “carácter técnico” Al presente, el saber se constituye en la tecnicidad y esto constituye un quiebre con las formas de racionalización clásicas que concebían el saber como producción social de conocimiento: a saber, la regulación de la producción y transformación de materiales físicos y humanos, regulados metódicamente y cuya racionalidad organiza y controla en un mismo movimiento, cosas, hombres, fábricas, trabajo y ocio.
Una vez explicitado el concepto de racionalidad de matriz Weberiana, es necesario comprender que ésta es la base de todo proceso de modernización social en el contexto de la modernidad y como el quehacer sociológico en nuestro país ha homologado racionalización, tecnificación y especialización, que esta vez resultan solidarias de la nueva matriz sociocultural de nuestra sociedad. He ahí la insistencia en la necesidad de matematizar el conocimiento experto con el fin de controlar el orden social a través de tecnologías de cuantificación, tanto en el campo político-económico, cultural y social. Las universidades, centros académicos de formación científica e intelectual, pauteados por las exigencias del Estado y del mercado, buscan precisamente desplegar científicos sociales, especialmente sociólogos para desarrollar precisamente una racionalidad técnica que permita un crecimiento económico[12] basado en criterios científicos y ya no en registros teóricos emancipadores de la humanidad, bajo patrones simbólicos como la libertad, el fin de la explotación del hombre por el hombre, o el fin de la lucha de clases, las que estarían asociadas a superestructuras ideológicas desacordes con el progreso técnico-instrumental de la humanidad.
Entonces, ante el escenario descrito, cabe forzosamente la pregunta crítica sobre el rol del sociólogo en nuestro país y un cuestionamiento a la figura operativa de la actual dominación capitalista.
Para tratar de responder a las preguntas anteriormente instaladas, es que nos adentraremos –grosso modo- en el pensamiento social de Max Weber, autor que instala una discusión que nos permite iluminar en una de las tantas tensiones que actualmente aquejan al rol del científico social en nuestra sociedad. Esta discusión está asociada a la labor del Funcionario moderno y su introducción en el campo de lo político. Para Weber el funcionario no debe hacer política, sino limitarse a administrar, sobretodo imparcialmente[13]. A partir de los insumos que ofrece la reflexión de Weber, respecto de la relación entre saber y administración imparcial, nuestra pregunta es la siguiente ¿Es el sociólogo en nuestro país el nuevo funcionario moderno, en tanto, técnico social? Nuestra idea apunta precisamente a eso; a la figura del profesional[14], de aquel individuo dotado de competencias técnicas que le permiten ajustarse a su ética de la convicción. El sociólogo en Chile se nos presenta como la figura por excelencia del técnico social (burócrata), de aquel profesional dotado de herramientas científicas de análisis de lo social, despojado de valores sociales y de la connotación público-política que comprende la construcción política del orden social. De allí que la figura del técnico es representada “…como aquella figura que honra con su capacidad de ejecutar, precisa y concienzudamente, como si respondiera a sus propias convicciones, una orden de la autoridad superior que a él le parece falsa, pero en la cual, pese a sus observaciones, insiste en la autoridad, sobre la que el funcionario descarga, naturalmente, toda la responsabilidad…”[15].
Este sería el vínculo a-crítico o instrumental del sociólogo sobre la producción de conocimiento. Desde Weber esta argumentación nos permite adentrarnos en la problemática que plantea este congreso: “El rol del sociólogo en Chile”. El sociólogo entendido como un técnico social, se convierte en una pieza clave de la administración racional que al negarse a politizar el discurso metodológico, clausura ineludiblemente el espacio del deber ser de la construcción política de la sociedad, tanto a nivel de construcción material, como a nivel superestructural. Este mismo movimiento racional, que lo constituye como hombre de ciencia y “no ser político”, sería la tendencia que lo transformaría en un funcionario moderno, aquel que permite la administración de la burocracia pública y privada en el capitalismo y que sin esta negación política de si mismo, ésta administración racional técnico-instrumental no sería posible. Profundicemos aún más el argumento ¿El funcionario moderno se constituye como la figura de un autómata al negarse a si mismo como ser político? Nuestra hipótesis es que sí. Precisamente éste último se constituye como un ejecutor a-crítico de su acción social, ello toda vez que no genera una reflexión respecto a su procesamiento y consecuencias. Por el contrario, la rutinización de su vida intelectual, su “posición de clase”[16] y asalarización e interdependencia económica-simbólica del capital, ya sea de la burocracia estatal o la empresa privada (ONG, consultoras, centros de investigación autónomos), lo restringe a un operador de ciencia, donde priman sus convicciones utilitarias (interés privado), ante el interés público.
Una vez constatado esto, se hace imprescindible explicitar que la crisis de la vocación política y la reificación del funcionario en la administración racional, en este caso del sociólogo, no son un fenómeno aislado, ni típicamente chileno, sino que está asociado a los problemas que constituyen al Estado moderno y a las relaciones económico-sociales que operan legítimamente al interior de las sociedades postfordistas. En este sentido habría que entender que los dispositivos de poder-saber como el “Estado”, cuya institucionalidad burocrática por medio de su estructura política genera el desarrollo de la sociedad civil a través de la planificación pública y el mercado como aquel espacio de intercambio de bienes simbólicos y económicos entre los actores sociales, con el fin de perpetuarse legítimamente en el tiempo e incrementar racionalmente su poder, desarrollando simultáneamente prácticas y discursos que coaccionan lo social bajo criterios científicos y también fines políticos, cual es mantener el status quo. La racionalidad del Estado, en este sentido, persigue también su propia extensión y reproducción bajo ciertos medios legítimos de operatividad. Así por ejemplo, para el filósofo francés Michel Foucault, el gobierno no es posible si la fuerza del Estado no es conocida y sólo de esta manera puede mantenerse. Es este sentido el Estado como estructura de poder y de coacción aparentemente neutra –el cual supuestamente no responde a los intereses de las clases dominantes- se permite operacionalizar su política pública hacia la sociedad a través de una diversidad de políticas focales que se orientan a la sectorialización del conflicto, bajo ciertos patrones conocidos desde el ámbito del derecho privado, la tecnificación y la modernización de una serie de categorías socio-históricas que le otorgan la legitimidad de un saber estatuido, el cual sería un saber concreto y específico. El Estado moderno, según Foucault, ha desarrollado dispositivos de control de alta sutileza, como por ejemplo la estadística o aritmética política[17]. En otras palabras, a tal nivel ha llegado su matematización de la experiencia y sus pruebas racionales a la hora de operar en un complejo proceso de cuantificación de lo social, que se permite conocer las fuerzas respectivas de otros Estados, a fin de poder mantenerse como tal.
Una vez comprendido lo anterior nos interesa entender el valor simbólico que posee la figura del profesional y cientista social en la sociedad moderna, en especial, la práctica sociológica como actividad que ex ante en el marco de la sociología latinoamericana cultivó la articulación de la esfera intelectual, científica y política[18]. Un autor que nos permite visualizar el tipo de poder que ejercen los profesionales (restringido al saber técnico-instrumental) es el filósofo Francés Michel Foucault, que reflexionó críticamente sobre las tácticas y estrategias del poder-saber y a su vez, en como “éste deviene en sutilidades de control que alteran históricamente su forma y estética, mas no su razón de ser, en tanto, de existir y operar como control sobre los cuerpos”. Estrategias y tácticas del poder que aparecen con caracteres “neutros y despojados de valores y arbitrariedad”, como lo son las cárceles, razonamiento desarrollado en su texto Vigilar y Castigar[19] o también la figura del Psiquiátrico en su texto Historia de la Locura en la época Clásica[20], como el nacimiento de estructuras de confinación más allá de lo “político”, sino como espacios de articulación de lo social, desde un discurso del deber ser de la sociedad, discurso ético-político que nace en las conciencias analíticas[21] desplegadas en sus análisis sobre las relaciones de poder-saber en los psiquiátricos y que posteriormente serían conocidas por nosotros, hombres modernos, como racionalidad científica.
Especifiquemos el punto anterior. El discurso ético-político está asociado a una nueva forma de control sobre los cuerpos dóciles (biopolítica) que se manifiesta modernamente en una nueva práctica de “castigo” y represión subcutánea, a saber, un dispositivo de confinación denominada “cárcel” como aquella institución que despliega dentro de si, un equipo altamente racional y neutro que no responde a fines políticos ni ideológicos, sino más bien al saber científico, donde la figura del psiquiatra, del psicólogo, del trabajador social, del médico, incluso del sociólogo como aquel científico que posee las competencias técnicas tanto de administración, de evaluación e intervención, se establecen como figuras de poder-racional que intentarán intervenir directamente sobre el cuerpo de los “condenados”, de forma impersonal y metódica. En este sentido, Foucault reivindica los saberes locales, aquéllos no legitimados, que no han sido jerarquizados por la racionalidad científica y que tampoco han sido tomados como verdaderos por los discursos modernos, por el contrario, su razonamiento antimoderno lo hace necesariamente adentrarse en estos eventos y relatos “no considerados” por los expertos, pero con un fin político claro: mostrar que la ciencia y su discurso operan como poder legítimo normalizando al cuerpo social con una serie de prácticas y racionalidades.
Al subrayar la articulación entre Foucault y el conocimiento biopolítico se despliega una lógica de conocimiento propia de la actual práctica sociológica. No pretendemos en este ensayo dar cuenta de la complejidad que comprende la problemática planteada, sin embargo, nos aventuramos a hipotetizar que precisamente, la jaula de hierro como aquel espacio instrumental de relaciones solamente motivadas por su finalidad y no por sus medios se transforma necesariamente en una burocracia que controla a la sociedad en su conjunto, en todas sus esferas, desde el campo de la política, lo económico hasta lo cultural, en un amplio proceso de cuantificación universal del espacio. Por otro lado, el razonamiento de Foucault se despliega como el develamiento de una serie de dispositivos que efectivamente dan cuenta de un control que se tiene sobre los individuos, tanto en el espacio público, como la esfera privada (autovigilia o el examen de sí), representándose con una sutileza como el mismo derecho legítimo y estructuras profesionales (burócratas, técnicos, científicos) que pautean los actuales procesos de subjetivación.
Ante semejante escenario de racionalización del saber y de una práctica profesional cuyos niveles de instrumentalidad precisamente se importan desde modelos de racionalidad de países altamente burocráticos, nos atrevemos nuevamente a preguntarnos ¿cuál es el rol del sociólogo cuando utiliza marcos conceptuales cuyo marco de referencia histórico son formas de modernización típicas de racionalización burocráticas?
De allí que bajo esta interrogante nos permitimos adelantar una reflexión crítica respecto de la figura profesional del sociólogo en nuestro medio académico, en el contexto de una creciente incomunicación entre el registro metodológico y el nivel crítico-conceptual. Tensión que también tiene su contraparte en una dualidad estructurante entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad que Weber sistematizó en su célebre texto El Político y el científico y que han restringido progresivamente el rol público del sociólogo en las nuevas lógicas de administración.
A partir de esto último y en afinidad con las tesis de Manuel Antonio Garretón, la sociología debe retomar su ethos clásico, a saber, una ciencia que debe preocuparse por interpretar el sentido de lo actores sociales a la hora de realizar la acción social, pero siempre con un carácter crítico[22]. Ello implicaría, entre otras cosas, restituir al sociólogo en la interrogación crítica de su práctica profesional, hacia un registro ético-político que permita a esta nueva figura constituirse como un científico social cuya acción contenga un componente social integrado a la “producción de conocimiento”. Esto implica que el sociólogo haga un cuestionamiento reflexivo respecto a su oficio y ejecución técnica, entendiendo cuáles son las implicancias y consecuencias de su acción. Con ello, nos arriesgamos a sostener que eventualmente se podría cuestionar la figura del autómata restringido a las estrategias de medición empírica y, en cambio, contribuir a reponer –gradualmente- la figura de un intelectual crítico de sus dispositivos metodológicos y de sus prácticas profesionales. Por lo tanto, el sociólogo en nuestra lectura podría ser aquella figura que apela a una politización de su discurso y de sus prácticas, que comporte una serie de valores que han estado arraigados originalmente en el ethos clásico o emancipador de la sociología. El sociólogo podría tener acceso al discurso público que lo constituye como sujeto de habla y ello necesariamente se traduce en la constitución de un sujeto político[23].
Actualmente la misma figura del sociólogo o de cualquier profesional del mundo moderno, permite que su operación social construya un tipo de sociedad y no otra, por lo tanto, es necesario comprender que el sociólogo no es ajeno a éste fenómeno social y que siendo autoconsciente de la situación del escenario estructural coercitivo, adquiera una vocación pública y una ética política discursiva, las que serían trascendentales para constituirse en un actor social con sentido público, cuestión que permita guiar su acción ya no hacia un fin estrictamente técnico-instrumental, sino con la responsabilidad de que su acción contenga un elemento crítico, es decir, una subjetividad singular con un sentido mentado justo, virtuoso y de carácter público.
Referencia bibliográfica


1. ARANCIBIA, Juan Pablo, Comunicación política: Fragmentos para una genealogía de la mediatización en Chile, editorial ARCIS, Octubre 2006, Santiago de Chile

2. BRUNNER, José Joaquín y BARROS, Alicia: La sociología en Chile: instituciones y practicantes. Santiago FLACSO, 1988

3. CUADRA, Álvaro, De la ciudad ilustrada a la ciudad virtual, editorial LOM, 2003

4. FOUCAULT, Michel , La historia de la locura, Editorial FCE, 1994, Colombia

5. FOUCAULT, Michel, “Vigilar y Castigar”, Nacimiento de la prisión, editorial Siglo XXI, 1995, Madrid, España

6. FOUCAULT, Michael, Tecnologías del Yo, editorial Paidos, México, 2003

7. GIDDENS, ANTHONY, La tercera vía: la renovación de la socialdemocracia, 3a.ed, Madrid: Taurus, 2000

8. LECHNNER, Norbert Obras escogidas, ediciones LOM-ARCIS, 2006


9. MARCUSE, Herbert, la sociedad industrial y el marxismo, editorial Quintaria, 1969, Belgrano

10. MARCUSE, Herbert, El hombre unidimensional, editorial planeta Agostini, 1965

11. MERTON, Robert, Teoría y estructura sociales, editorial FCE, 1964, México

12. MOULIAN, Tomas, Chile Actual: Anatomía de un mito, editorial ARCIS, 1997

13. WEBER, Max, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, editorial Los Grandes pensadores, 1984, Madrid, España

14. WEBER, Max, El político y el científico, editorial Alianza, 1987

15. WEBER, Max Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica 1996.




[1] Entenderemos “sentido” como la significación de la acción social y su subjetivación (WEBER, Max, Economía y sociedad, FCE 1996, Página 5)
[2] La pregunta sobre si la sociología es una ciencia o aún no lo es, la daremos por superada. Nuestro ensayo pretende abordar otros tópicos e interrogantes más allá de la discusión epistemológica sobre la veracidad del conocimiento científico y su método.
[3] Al respecto, Norbert Lechnner es categórico en su análisis sociológico sobre el Estado: El Estado expresa pues un interés general real: la existencia de la Propiedad privada. La sociedad constituida por propietarios privados es “la condición de posibilidad” del Estado; El Estado es posible porque representa una generalidad realmente existente y es necesario porque organiza y garantiza las relaciones de dominación y desigualdad. Es justamente abstrayéndose del antagonismo de clases puesto por la relaciones capitalistas de producción que el Estado las garantiza. Y es garantizando la estructura de clases que el Estado produce y reproduce la explotación de una clase por otra. (LECHNNER, Norbert, La crisis del Estado en América Latina, en Obras escogidas, ediciones LOM-ARCIS, 2006)
[4] Doctor en Semiología, profesor de la Universidad ARCIS.
[5] CUADRA, Álvaro, De la ciudad ilustrada a la ciudad virtual, editorial LOM, 2003, Página 22
[6] GARRETÓN, Manuel, La sociedad en que vivi(re)mos, editorial LOM, 2000, Santiago de Chile.
[7] Lo complejo, será entendido no como el aumento de las relaciones a nivel cuantitativo, sino a nivel cualitativo, lo que demarca sustancialmente el argumento. En otras palabras, la complejidad no tiene que ver con la cantidad de relaciones que hayan, sino con la implicancia relacional de subjetividades transformadas y coexistentes en un mismo espacio. En este sentido, puede haber una relación compleja, incluso en una relación lineal entre sujetos.
[8] El mercado, eje de las relaciones de intercambio económico-simbólico, ha introducido dentro de las mismas universidad, un alto nivel de especialización de ciertos rubros de lo social, desde el pregrado, hasta el post grado, un ejemplo citado por Manuel Antonio Garretón, es la comunicación, ahora transformada en ciencia de la comunicación (La sociedad en que vivi(re)mos, ediciones LOM, 2000, página 15)
[9] Véase con mayor profundidad, el texto de BRUNNER, José Joaquín y BARROS, Alicia (1988) La sociología en Chile: instituciones y practicantes. Santiago, FLACSO
[10] WEBER, Max, (1984) La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Madrid, editorial Los grandes pensadores
[11] MARCUSE, Herbert, (1969) La sociedad industrial y el marxismo, en el capítulo industrialización y capitalismo en Max Weber, editorial Quintaria, página 11
[12] El crecimiento económico, se establece como un indicador referente de los sistemas económicos neoliberales. Véase con mayor profundidad en GIDDENS, Anthony, (2000) La tercera vía: la renovación de la socialdemocracia, 3a.ed, Taurus, Madrid
[13] WEBER, Max, (1998) El político y el científico, Madrid, editorial Alianza, página 115
[14] El concepto de funcionario es arcaico, sin embargo tiene mayor procedencia en la cultura moderna, en el que todo el orden político, económico y técnico, bajo la organización de funcionarios especializados, ya sea estatales o técnicos, y como titulares de las más trascendentales acciones de la vida social.
[15] Ibíd. WEBER, página 116
[16] Bajo el “boom” modernizador del Estado del bienestar el sociólogo Robert Merton afirmaba que el técnico muchas veces pautea su acción laboral hacia ciertos sectores, ello con el fin de mantener su posición de clase ajustándose a la burocracia estatal como forma de obtener a partir de ahí una mayor participación en los cambios sociales producto de la proliferación de políticas públicas que consagraban una lógica de la ciudadanía. Por otro lado, existen aquellos burócratas independientes que prefieren el sector privado, porque muchas veces les otorga mayor autonomía y menos exigencia técnica de la burocracia…(MERTON, Robert, (1964) Teoría y estructura social, en el Papel de los intelectuales en la burocracia pública, México, FCE (1964)
[17] FOUCAULT, Michel, (2003) “Tecnologías del Yo” México, editorial Paidos, página 126
[18] Ibíd. GARRETÓN, página 19
[19] FOUCAULT, Michel (1995), “Vigilar y Castigar”, Nacimiento de la prisión, editorial Siglo XXI, 1995, Madrid, España
[20] FOUCAULT, Michel , La historia de la locura, Editorial FCE, 1994, Colombia
[21] Concepto extraído de Historia de la locura en la época clásica, de Michel Foucault, editorial FCE, 1994, Madrid, España.
[22] Garretón aclara el punto sobre la criticidad, circunscribiendo la crítica al componente intelectual, en la dimensión de la comprensión y del análisis de la sociedad. Para él la dimensión crítica se refiere al trabajo, en el campo del pensamiento y de las ideas, de análisis de una época o una sociedad como totalidad (Ibíd. GARRETON, página 20.
[23] ARANCIBIA, Juan Pablo, Comunicación política: Fragmentos para una genealogía de la mediatización en Chile, editorial ARCIS, Octubre 2006, Santiago de Chile, página 31.

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